Ranedo de Curueño
Casi tan cerca de Otero que sus gallos pueden hablarse entre susurros, está Ranedo de Curueño.
Es mirador sobre la vega, en la margen izquierda del río, y sin embargo sus ventanas se quedan ciegas durante muchos meses, sin ojos para ver. Una aciaga despoblación azotó a este enclave, oculto entre la fronda de sus huertos, al que solo lo guardan unos pocos vecinos en el invierno.
Es el ´Ranera ´ que viene citado en documentos leoneses del año 1069. Casi un milenio de piedra y verde que a duras penas parece sobrevivir. Tanta tranquilidad es, sin embargo engañosa: Cuando lo visitó Julio Llamazares, vio que…
“un camino de carros solitario y minúsculo avanza entre zarzales y praderas en las que ahora están cantando todos los pájaros del mundo…”
Además, insiste Julio en que una algarabía de gallos se encarga de anunciar sus amaneceres … aunque si se llega a Ranedo al caer la tarde, se ve poner el sol por el oeste, y
…”sus últimos rayos atraviesan el valle incendiando los árboles y convirtiendo en un inmenso bosque rojo todo el pueblo”.
No es poca invitación esta crónica de viaje, para quien busque acaso la paz interior, sin importarle los bullicios donde muchos intentan inútilmente sentirse acompañados.
De las épocas pasadas, se alza una antigua ermita, dedicada a San Roque, por el camino de Boñar. Estuvo en ruinas, pero se reconstruyó hace algunos años, para albergar la imagen del patrón, cuya fiesta se celebra el 19 de agosto.
Una pintora de la zona, Elena Rodríguez Cuesta, pasó a acuarela este monumento, con la suave unción de los colores. Al lado, los corrales de los gallos, testigos últimos de esta implacable devastación. Ellos resisten, como la piedra, los embates del tiempo.
Solo los hombres tienen a veces miedo a la soledad.
Imágenes: Manuel Martín
